María José Herrera

Lucía Pacenza desde el Sur

“En el alba, la lejanía se erizó de pirámides y de torres…”
Jorge Luis Borges. El Inmortal

Desde los años ochenta, Lucía Pacenza desarrolla la serie Sur, en los distintos materiales con que ha abordado la escultura. Desde el sur, como titula a esta exposición que reúne algunas piezas de los últimos 10 años de labor, no solo implica la situación geográfica de ella, de la persona, sino, específicamente, de su mirada. Los paisajes característicos de nuestras regiones: ríos caudalosos de deltas gigantescos, quebradas empinadas de antiquísimas piedras, desiertos fisurados por vientos constructores de ciudades naturales…El Paraná, la Puna o el Valle de la luna. Lugares esculpidos que sugieren ser “pasados a punto” a los sensuales carrara que la artista  trabaja con la grácil imprecisión de una geometría a mano alzada. Pero esta condición es algo que se descubre en una segunda mirada. La precisión está en la línea, en los dibujos que Pacenza aplica a la superficie de la piedra. La forma, el contorno de los bloques, se ondulan en elipses imperfectas que no hacen sino agregar sugestión y organicidad. Son los Ocasos, Sol-Luna, Ritmos biológicos, donde la alternancia de espacios positivos y negativos determina las instancias de un elemento fundamental en la obra de Pacenza, la luz. La luz que hace destellar los brillos del material o la que baña a sus enigmáticas ciudades en un buscado contraste de “blanco sobre blanco”.

Ciudad del sur, Visiones urbanas o Ciudad perdida, un completo repertorio arquitectónico, desallorran con el gusto de quien juega con un mecano: desde el sistema trilítico del dolmen, hasta la sofisticación geométrica de las pirámides y las bóvedas. Formas y estilos históricos, del lenguaje de las formas habitables. Frontis clásicos coronan  rascacielos, pirámides truncas determinan ejes urbanos de accesos o salidas a estos impertérritos conglomerados habitados solamente por la luz. Frente a estas pequeñas esculturas instaladas, la sensación es que a medida que se las mira pierden su carácter de modelo reducido, crecen virtualmente ante nuestra retina, cobran escala real y, entonces, podemos recorrer sus calles desiertas y descubrir los mil y un detalles que ocultan las paredes aparentemente blancas y lisas de sus eniestos edificios. Una hendidura, una muesca, finas lineas paralelas, un pliegue. Texturas diminutas que activan la superficie y dan cuenta de la mano de la escultora atenta a dejar su sello de silenciosa escritura. Intimidades del oficio. De un oficio en el que las formas y líneas que percibimos como leves, son tales solo después del magno esfuerzo de doblegar la dureza de la piedra.

Para Pacenza, la escultura tiene una dimensión pública. Es un espacio que precisa del espacio mayor que la contiene. Se completa cuando está emplazada, preferentemente al aire libre, dialogando con la ciudad. Ya en 1980 obtuvo el primer premio de proyectos arquitectónicos e realizó su escultura- fuente homenaje a los 400 años de la fundación de Buenos Aires, en el cruce de Udaondo y avenida del Libertador. Actualmente, en sus pequeñas cajas de la serie Buenos Aires, instala idealmente sus obras en sitios emblemáticos de la ciudad. En ellas Pacenza desarrolla otra de sus pasiones, la fotografía. La inusitada combinación de la foto plana y la pequeña escultura dan apariencia de postal tridimensional a estas puestas en escena, simulacros de intervenciones urbanas que proyectan el deseo inalienable de estetizar nuestro entorno cotidiano.

Curadora
Museo Nacional de Bellas Artes