“Miembro de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes. Hay un punto de partida en esta muestra de Lucía Pacenza que se exhibe en los bellos jardines del Museo Larreta. Se trata del Sol y la Luna. Masculino y femenino. Los opuestos. El juego y la complementariedad de la dimensión dual, expresión de vida y de la vida de las formas. Tras ese dualismo percibimos otro: la contraposición del pliegue arremolinado, puro fluir y devenir emergente, enfrentado a la superficie abstracta, ascética, estructurante. Límite y exceso, claves del barroco. No las únicas.
En “Sol emergente”, el dinamismo dispara en invisible dimensión infinita. Sin detenerse, huye. Elude la estructura, desestructura. Hay articulaciones que quiebran y diluyen en el asombro normales dimensiones espacio temporales. Desde las profundidades de la materia y del sentido es el Caos lo que alumbra en la borgeana Ciudad de los Inmortales (“Librolaberinto”). En el reverso del mármol descubrimos otro tipo de laberinto, el desierto, símil a los ríos ya espacios infinitos que se extienden desmesurados.
Puede suceder que rápidamente el desborde acuda al abismo. La reflexión lo ha pensado, en ocasiones, como el Fundamento. Para la metafísica es el ser. De inmediato asociable, no lo olvidemos, a la nada. Ha preguntado el filósofo de la mónada barroca: ” ¿Por qué el ser y no más bien la nada?”. Estamos aludiendo, concretamente, a un vacío; el de ese descentramiento al que nos lleva el agujero del Sol. Centro vacío.
Las aventuras prosiguen en esta muestra de Pacenza, con palpables novedades. Desde el juego de contrarios, alguna vez concebido como un fuego siempre vivo que mantiene el equilibrio y la supervivencia de la misma vida, se accede a recorridos inéditos. Esto se nota particularmente en los “Eclipses”. Quedan sugeridas esas pequeñas franjas que aún vemos en el límite del oscurecimiento. Claridad y fragmento. Blanco nítido que es ondulación minimal, exhibiendo el movimiento mismo en su pura simplicidad. La forma sintética en esta nueva fase parece disociarse de lo dinámico/estático, de la curva y la recta, sin dejar de precisar -marca de estilo- una irreductible diferencia, la del anverso y reverso.
Mármoles blancos. Una “Luna blanca”. Otra diferencia: “Luna roja”. De chapa, apunta a un camino nuevo instalado en una diversa concepción orgánica. La forma está y llama.”
Rosa María Ravera Miembro de Número de la Academia Nacional
de Bellas Artes
“Reconozco en ella a una artista. Hay infinitas maneras de serio, todas diferentes. Es la dificultad del arte. Hay que descubrir de vez en vez qué juego se está lugando, qué es lo que se desprende del volúmen y del plano, por sí solos insuficientes. Se deberá conjugar gramática superficial y profunda. Intentaré aclarar, aclararme el porqué de esa certidumbre respecto de Lucía.
Lo suyo me sugiere algo así como el, rescate de lo que es tiempo, fragmento, memoria, historia. Una dimensión de la experiencia que perdura en el recuerdo, en la evidencia de una morfología plástica singularmente familiar y extraña. Próxima y distante, de una lejanía que es traza, huella,..flujo y reflujo de pliegues, bordes y márgenes. El material oscila, se estremece, ondula, escapa al concepto, invita alo que no tiene nombre. Situada en áreas descontructivas, a pesar de que parece clásica, no es moderna, no es posmoderna y, en muchos aspectos, post. Postmoderna por la conmemoración del fragmento, por lo indecifrable que convierte Resto y Monumento.
Las ambivalencias que a esta obra le son inherentes afloran con los implícitos de su autopresencia, en la íntima conflictualidad de la plenitud del resto.
¿Qué es? Exhibición que se patentiza no sin la vocación de lo encubierto. Resto en más de un sentido; como la parte (de un todo inexistente), y como remanente de una donación que siempre en algo se sustrae. Ante las imágenes intuimos: la presencia acude veloz a la ausencia, más que otras requiere lo inexpreso mientras peticiona el presupuesto sin el cual nunca algo sería ni diría. Negación de la forma estática meramente presente, el dinamismo mudo y contenido es luz y sombra que impide la definición, ese útil recorte del concepto que nuestro intelecto está dispuesto a formular en permanencia. Ausente la denotación, habrá que activar las redes interpretativas, prestar oido atento a significaciones tácitas, acoger la indeterminación como potenciación del significado, no como carencia.
Tal horizonte donde lo latente prepondera, determina el escuchar como responder. Algo nos apela. Esos “textos” pétreos están allí para nosotros, se ofrecen a la mirada en secreta esencia temporal, en sustrato metafórico. Remoto arrastre de sucesos y eventos inaudibles, apenas inteligibles.
Borramientos que el viento esparce y desplaza, son finalmente sellados en la Escritura: inscripción durable del signo. El mármol, este mármol, es apto a tal fin, particularmente adecuado para la entrega de objetos que son recordación y descubrimiento, entrega fiel y aventurera punta de lanza dispuesta a la interpelación de lo incomunicable.
Tal vez la producción de Lucía aliente, por sobre todo, la pasión de lo indecible. La fascinación de lo ignoto parece atraparla. Pretende mucho; quiere crear, no recrear o reproducir, y le es posible en un viraje que elude lo real para acercársele más profundamente. Podría ser, en efecto, que esta escultura decididamente monumental logre su espacio y configure su ritmo para delatar el sordo paso del tiempo, para confirmar al hombre en su ausencia, quizá simplemente para hablar de silencio. Narración que se niega, obra que inhibe la clasificación pero desencadena lo imaginario, invitando a leer. A ver, a “ver a traves”. ¿En que sentido? No traspasando la forma para llegar a una esencia oculta sino otorgándole la propia coherencia interna su ley inmanente. Y esto se logra cuando imagen y pensamiento se buscan, se balancean, cuando llega al otro, cuando uno lleva al otro consigo, y lo mantiene. Cuando ambos resuelven el conflicto, el resultado. De la labor paciente y empecinada que trabaja, desbasta, pule, surgen “familias de frases”, que no son sino familias de figuras. La serie Sur es una de ellas.”
Rosa María Ravera
Presidenta de la Academia Nacional de Bellas Artes
“Las esculturas de Lucía Pacenza se erigen y, en la medida en que se instauran espacio libremente parecen alimentarse de un circuito propio, interno, algo secreto, del que la forma aparece como vestidura (con frecuencia, Pliegue).
Pero ésto es verdad solo a medias, porque la gran chance de la obra de arte reside justamente en legitimizarse desde sí misma estando a la vez abierta al mundo. La flotación del sentido corre por cuenta de significaciones indeterminadas, implícitas, tácitas pero potentes. El efecto producido depende substancialmente (¿es preciso subrayarlo?) del material escogido.
La dura piedra, mármol soberbio, las resistentes maderas desdeñan, a no dudarlo, esfuerzos tibios incapaces de obtener un trazo, el Perfil de la Figura. No es seguramente el caso de nuestra menuda artista cuya voluntad sabe desplegar el material a su bosquejo de mundo, algo así como el horizonte fluctuante que va definiendo de a poco, un posible devenido real, lento, definitivamente presente. Lo decía Durero: “El arte está en la naturaleza, quien puede arrancarlo lo tiene”. La voluntad, que inquieta a los metafísicos de la modernidad, opera aquí como voluntad de forma, empecinada, con la firme convicción/resolución de que el mundo verdadero es arte. Así, arrancándole a la materia el sentido, ella se aparta de los materiales (tierra o naturaleza) y las redes del sentido, para lograr el acuerdo que realmente importa: un pacto no político, ni siquiera cultural, una alianza precategorial o sea previa a las convenciones de la lengua.
El resultado suele ser obra que se desdobla, que enuncia la díada, que invita a descubrir las sorpresas del anverso y reverso de un mismo volúmen, que delata que el par no es nunca exacto (no es la única que busca en lo mismo lo otro, en el trasfondo de lo Otro).
La creación de las configuraciones entrega un movimiento que se explaya y contiene, que va y viene en trayectos buscados, amados, por fin exhibidos en mostración de apariencia autosuficientes, de silencio elocuente (esa gran posibilidad, el decir que no habla, que traspasa las fronteras del concepto para desplegarse ritmicamente, en las aguas del sentir). Apelando a esa comunicación sensitiva las obras se proponen como testimonio-monumento donde el hueco es la luz y la hendidura no es herida sino sello, inscripción para el recuerdo. La Luz campea en enteras Series donde podemos inventar (construir con ella) territorios conocidos/desconocidos, parajes del Norte (vistos desde el sur), mesetas des-sedimentadas que yuxtaponen niveles haciendo gala de leve, imperceptible descontrucción nunca ostencible en esta obra falsamente clásica. Hay asentamientos que rodean sus pliegues, se adivinan el contorno humano, femenino, mientras la recta, la vertical (que la obra última acentúa), asciende. Lo hemos comprobado: la dureza de la materia se ha tornado ondulación que palpita, reminiscente. La obra de Lucía Pacenza es hermenéutica, y lo es porque recuerda, testimonia, rememora lo ya sido impreso en la memoria. El dinamismo que desencadena y contiene, que provoca y al mismo tiempo delimita y precisa, no solo recupera la traza de la tierra, sino que también -y esencialmente- un movimiento interior que en nombre de la imaginación ha podido suscitar el ritmo del élan vital en la esfera más onda de la estructura de la subjetividad. ¿Alguna vez el arte se ha olvidado del sujeto? La obra de Lucía Pacenza no tolera ese borramiento.”
Rosa María Ravera Presidente de la Asociación
Argentina de Estética.
Rosario 1995
“El devenir de la forma En esta exhibición del Centro Cultural Recoleta Lucía Pacenza da amplia muestra de su obra, de la calidad de la misma, pero por sobre todo del sentido de su operar estético. La diversidad de las realizaciones se suceden en el tiempo sin perder jamás una coherencia profunda muy firme. En el conjunto se destacan dos líneas de producción; por un lado, la propuesta de las cajas, obra de pequeño formato, sueltas, en grupo o encuadradas en un área rectangular falsamente pictórica; por el otro se torna visible un esquema de selección de esculturas en distintos períodos. Es posible ir detectando, a medida que penetramos en las sucesivas presentaciones, el dinamismo del despliegue de las formas, y en éste cierta matriz originaria. Un núcleo concentrado, sintético, original, tanto en orden a la expresión como al contenido. Esto es, cierta condición que preside la organización de las “figuras”, implicando siempre la interacción, continuamente renovada, de una escueta geometría, residual pero potente y de la vitalidad del pliegue, cuya ley es el devenir de un continuum sin término prefijado. Un dúo de plástica potencia en complementación constante.
El pliegue, los pliegues en el mármol de Carrara, blanco. Introducido en su interior, actuante, lo desvirtúa y trastorna la linealidad dominante, como vibración interna-externa, como respiración de la naturaleza y de lo humano. A veces textura imperceptible, incide en el cuerpo de la obra con ritmo orgánico que conduce al abismo. Al vacío, oscuro, ignoto. De éste nace o a éste vuelve. No se sabe. Ella combina la ambigüedad del arte/facto con las certezas de lo real circundante. Naturaleza y artificio aquí están, para quien quiera admirar y pensar.
Lucía ha encontrado la correspondencia, latente, de lo que emerge subjetivamente con la objetividad del espléndido territorio de nuestra tierra donde reencuentra, conmovida, ritmos elaborados en cosmovisión interna. Los pliegues se convierten en niveles que coordinan sus estratos y los articulan en el esplendor compacto. En Ríos del Sur, Paraná, la precisión de la geometría contrasta con la irrupción fluyente de un cauce desbordado. Las series continúan, no sin variaciones, con el avance impetuoso del pliegue al que hace frente un sintetismo minimalista que lo limita pero no desaira. El círculo, los semicírculos dejan marcas, signos que sellan la forma y casi siempre la inscriben diversamente en relación bifrontal. Identidad diferente de escritura marmórea, impenetrable y a la vez disponible para el trato humano.
Dijo Durero: el arte está en la naturaleza, quien puede arrancárselo lo tiene.
Observamos, nos detenemos. La forma es vestidura, a veces. Las realizaciones, auténticos “textos”, se legitiman desde sí mismos y simultáneamente se abren al mundo. Ella sigue su derrotero, los caminos que ha emprendido a lo largo de décadas con decisión empecinada que no se arredra frente al material tan soberbio como resistente. Explora sus posibilidades introduciendo el rescate de lo ya sido, mediante ritmos vivientes que combinan, alternan, que disparan y contienen. Ritmos que esencialmente devienen como latido del tiempo, del universo. Una inventiva mucho más conectada con una metafísica y una cosmología que con una psicología. El yo, muy presente en la voluntad de forma, ha terminado por coincidir con el mundo en el trabajo del arte.
Que es también el operar del fragmento. Está, se ha instalado. En la reiteración de recuadros que proyectan el convencimiento de una visión urbanista que la ha acompañado a través del tiempo, transformada en la seducción de escenas diminutas. Invenciones que se calibran en espacios intermedios, “entre” el horizonte natural y urbano, entre algo que se ve y lo que nunca se ve en el juego del arte.”
Rosa María Ravera
Presidenta de la Academia Nacional de Bellas Artes
MEMORIA URBANA
La presente exposición de alguna manera signa un hito en la operatividad artística de Lucía Pacenza. Hay cambios. Se reconocen determinadas formas estéticas y se perciben otras, inéditas. Ella utilizó –dato clave-, los escalones de casas demolidas de la ciudad. ¿Cómo los transformó en obra?
Apreciamos, en realizaciones diversas, una estructuración lineal ascendente con predominio de rectas. Tótem l hace culminar en lo alto un círculo puntual con ramificaciones muy pequeñas. Como significativa variante la elevación ondula y asimismo perfila texturas en Tótem 2. Al parecer se trataría de configuraciones casi totémicas de elaborado trabajo que reitera el peculiar juego de formas de Lucía, a través de la original concordancia anverso- reverso. Rasgo de estilo muy evidente también en Tótem urbano 6, donde ella interrumpe en determinado momento el ritmo que sube, concitado. Las variantes se suceden rápidamente en obras como Sol de Buenos Aires. El protagonista es aquí el Pliegue, el símbolo mismo del barroco según Deleuze. Se descubre que la ondulación repercute en Luz interior 1 de matices orgánicos que modulan la materia.
Las cajas insinúan en principio un aparente cambio de estructura plástica, pero en realidad, bajo otros disfraces o simulaciones ( las artes lo son), constatamos aspectos de la ciudad que van de la ventana a la flor, a escenarios múltiples y emergentes que se nos ofrecen, que se dan a la mirada. La nuestra.
Rosa Maria Ravera
Muestra coorganizada por la Academia Nacional de Bellas Artes y la Fundación Klemm
Cajas y Mármoles de Lucía Pacenza
Merece ciertamente comentario la reciente exhibición de Lucía Pacenza en Rosario, trascurridos varios años desde una notable primera muestra en los tres túneles del Parque España, la mayor inversión española en nuestro país, valorizando notoriamente el conocido ambiente cultural de esta ciudad. Ahora en la renovada Sala Trillas del Teatro El Círculo, Pacenza adelanta una suerte de narrativa que circula en la presentación de esculturas y cajas.
Por lo pronto, central, “Ciudad perdida”, conjunto de fragmentos marmóreos, blancos, bloques de material despojado con ambigua connotación abstracto figurativa. Se erigen. ¿Dónde? En una ciudad que de alguna manera es y no es. Es obra, obra de arte. Ella es una artista, con un muy fuerte interés urbanista que no nos es nuevo. Seguimos mirando. Una caja grande, organizada en precisa retícula, retiene la multiplicación resultante de la pasión fragmentarista y del amor por ese material estético, duro y preciado, asociado ahora al registro fotográfico de rincones cotidianos. De la Serie Buenos Aires surge una ciudad reencontrada. Aparece la variedad dispersiva de perspectivas cortadas, con definición nunca completa, nunca abarcativa. ¿Alguien ha visto, en su vida diaria, una ciudad global? El todo de una ciudad, tanto como el todo del mundo, no existen, son metafísicos. No sólo lo dice la filosofía, lo admitimos nosotros porque así vivimos, así vemos.
Reconocemos algunos diminutos perfiles de edificios públicos en una lejanía que es a la vez extrañamente próxima y cordial. En el ordenamiento estructural dos pequeños bloques de mármol dejan su sello, se diría que aparecen para nosotros. Pero aquí, en el ámbito de la Sala Trillas, ceden lugar a lo que impone una presencia muda, potente, la de una columna marcada por cruzamientos de un imaginario inventado, inverosímil. Está, no precisa compañía, es autosuficiente.
La amplitud de los espacios alberga lo que tiene que ver con la calidez femenina expresa en ondulaciones típicas del estilo de la artista, definido, en tantas oportunidades, por pliegues y repliegues de ambigüedad no reticente. Acompaña la luna roja, de hierro, con una briosa heterogeneización cromática y matérica. Otros recuadros proponen la autoridad de puntuaciones no matemáticas, distributivas, ajenas a consignas preestablecidas. Arbitrariedad lúdica que “pone en caja” y a la vez destraba la homogeneidad de la regla.
Con variaciones sutiles casi imperceptibles, una serie de otras unidades rectangulares reiteran la emergencia de algo que se parece a tallos, escaleras, paños que el viento empuja, pequeños signos de capricho discreto, actuantes en una percepción que mira y retorna para reiterar la complementariedad de lo que es y no es, de lo abstracto y figurativo, para volver a ser abstracto una vez más.
Rosa María Ravera
Curadora
“LUCÍA PACENZA La continuidad fluyente de la vida es su búsqueda. Y pretende arrancársela al soberbio esplendor del mármol. A su plenitud dura y compacta. Como si esa materia decidiera abrir lo que encierra y conviniera, tras el empecinamiento de la artista, en dejar ver el temblor de lo que no es inerte, el ir y venir, el devenir del ininterrumpido ritmo de la vida. La naturaleza pétrea y la oscilación vital confluyentes en una voluntad única. Con la demostración de que las discontinuidades de una emergencia ondulante y la sensibilidad abstracta de la forma pueden alternarse y aliarse.
El resultado suele ser obra que se desdobla, que enuncia la díada, que invita a descubrir las sorpresas del anverso y reverso de un mismo volúmen, reeditando el juego barroco de los opuestos. El sol y la luna; presencias autosuficientes que traspasan las fronteras del concepto y apelan a una comunicación sensitiva donde campea la luz y la elocuencia de otra habla, ritmica, silenciosa y espléndida.”